Hace días que las borracheras no calman mis nervios, ni consiguen las resacas hacerme olvidar. Hace días que el dolor ajeno me duele tanto como el mío propio, e incapaz soy de aliviar ninguno. Hace días que los motivos para levantarse no son otros que acudir puntual al trabajo.
Como un rayo incesante la soledad guía mis pasos, en este oscuro agujero llamado ciudad, ciudad… de muertos frente al televisor, frente a la cola del paro. Y dicen que tengo que sentirme afortunado, mi trabajo aun conservo. De que me sirve si no duermes a mi lado, si el FMI desangra Latinoamérica, si Guevara no es mas que una estampación de moda. Hace días que el mar sabe a petróleo y el sabor de tus labios… ni recuerdo. Hace días, que los días pesan como losas fúnebres ancladas en mi espalda, e inmóvil observo la vida pasar incapaz de seguir su rutina de lamentos, de silencio.
Hoy parece que nunca llega el final, el final del día, del dolor, el final de la oscura senda que el destino o mi falta de orientación me hizo tomar.
Pero encalar la casa, rellenar el folio en blanco o regalar una sonrisa a un perfecto desconocido, tendrá que ser una batalla a librar en estos días sobrios y taciturnos que nos toca vivir. Remendar los descosidos del alma y anidar en otros brazos, buscando el calor que en los tuyos no pude hallar. Suplicar el verbo que explique lo que hoy siento, y perderse en la espuma blanca de las calles repletas de almas sin media naranja.
Cavar trincheras contra la rutina, fortalezas que pongan a salvo los sueños y dormir abrazados a las estrellas que creíste no alcanzar. Y despertar en el mundo que pinte con los ojos cerrados lentamente sobre tu espalda cuando desnuda junto a mí, me rescatabas de las pesadillas cotidianas y hacías del mundo un remanso de espuma clara, chocando contra las rocas del mar, en el que te ame.
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